La depresión funcional no detiene tu rutina. La arrastra. Te levantas, trabajas, hablas con la gente, incluso haces reír. Nadie sospecha nada. Pero apenas cierras la puerta, todo se derrumba en silencio. No hay energía. No hay deseo. Solo un piloto automático que cumple, pero no siente.
Esta forma de depresión no se parece al estereotipo que la mayoría tiene en mente. No hay encierro total, ni llanto visible, ni ausencias prolongadas. Al contrario: muchas veces, quienes la padecen son vistas como personas exitosas, resolutivas, fuertes. Por eso mismo, piden ayuda tarde —o nunca—.
La depresión funcional es real, frecuente y peligrosa justamente por eso: porque funciona. Porque se camufla detrás del rendimiento, la apariencia y el deber cumplido. Pero por dentro desgasta, aísla y consume.
En este artículo no vamos a romantizar el aguante ni a repetir frases motivacionales vacías. Vamos a nombrar con precisión clínica qué es la depresión funcional, cómo se manifiesta, qué la causa, por qué puede pasar desapercibida incluso ante profesionales, y qué tipo de tratamiento puede realmente ayudar.
Si te estás sosteniendo, pero algo en ti sabe que no estás bien, este texto es para ti —o para alguien muy cerca tuyo que aún no se anima a decirlo.
¿Qué es la depresión funcional?
No siempre se nota. No siempre te tira al suelo. La depresión funcional es esa que no interrumpe tu jornada, pero te deja sin ganas de estar en ella. Cumples. Respondes mensajes. Asistes a reuniones. Nadie lo sospecha. Pero hay una distancia invisible entre lo que haces y lo que sientes. Entre tu rendimiento externo y tu vida interna.¹
A nivel clínico, la depresión funcional no está catalogada como una categoría diagnóstica en sí misma. Se enmarca habitualmente dentro de los trastornos depresivos persistentes (como la distimia), o episodios depresivos leves a moderados donde la persona, a pesar del malestar, logra mantener cierto nivel de desempeño social, laboral o académico.
¿El problema? Que esa capacidad de seguir funcionando —aunque parezca una fortaleza— es precisamente lo que retrasa el diagnóstico. En lugar de recibir atención, la persona suele recibir felicitaciones por su disciplina, su constancia, su “resiliencia”. Mientras tanto, por dentro, se rompe.
La depresión funcional no es menos grave por no paralizarte. De hecho, muchas veces es más dañina, porque permite que el malestar se normalice, se arrastre por años y se silencie bajo capas de productividad.
Y no, no siempre hay una caída repentina que lo revela todo. A veces, lo único que delata esta forma de depresión es esa frase que no te atreves a decir en voz alta:
“Estoy agotado y nadie lo nota, porque sigo funcionando.”
Tipos y manifestaciones clínicas
La depresión funcional no se presenta igual en todas las personas. No hay un único rostro ni una sola forma de experimentarla. Lo que la caracteriza no es el tipo de síntoma, sino el hecho de que la persona sigue cumpliendo con lo básico (o incluso con lo extraordinario) mientras atraviesa un malestar sostenido.
Desde la clínica, se pueden distinguir diferentes formas en las que esta condición se manifiesta, muchas veces camufladas bajo un funcionamiento aparentemente normal.
Depresión funcional de alto rendimiento (high-functioning depression)
Es la forma más común y menos visible. Suele aparecer en personas que tienen un nivel de exigencia personal muy alto y una gran capacidad de autopreservación social. Cumplen con su trabajo, responden a las demandas externas, e incluso se muestran como líderes o referentes en su entorno. Sin embargo:
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Sienten una desconexión emocional constante.
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Viven con fatiga mental crónica, incluso después de descansar.
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Experimentan una sensación de vacío o insatisfacción que no logran explicar.
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No disfrutan de nada, aunque su vida “aparente” sea estable o exitosa.
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Nunca “tocan fondo”, pero tampoco se sienten realmente bien.
El riesgo: al no presentar crisis graves, pueden pasar años sin ser diagnosticadas ni tratadas.
Depresión sub-sindrómica o subclínica
Se trata de casos en los que no se cumplen todos los criterios formales para un trastorno depresivo mayor, pero el malestar emocional interfiere claramente con la calidad de vida. Las personas pueden presentar:
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Irritabilidad constante.
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Dificultad para concentrarse.
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Aislamiento emocional progresivo.
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Sensación de estar “funcionando por inercia”.
Este tipo de cuadro suele ser la antesala de una depresión mayor si no se aborda a tiempo.
Trastorno depresivo persistente (distimia)
Muchos casos de depresión funcional encajan en este diagnóstico. Se trata de una forma crónica de depresión leve o moderada que se extiende por al menos dos años, y donde la persona logra adaptarse a su propio malestar como si fuera parte de su personalidad.
Quienes la padecen suelen decir cosas como:
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“Siempre he sido así.”
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“Soy alguien negativo por naturaleza.”
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“No tengo motivos, simplemente me siento mal casi siempre.”
La distimia es peligrosa no por su intensidad, sino por su duración. La vida emocional queda anestesiada, y con ella, la capacidad de disfrutar, vincularse y proyectarse.
Depresión atípica con funcionalidad fluctuante
En algunos casos, la persona presenta síntomas depresivos severos, pero reacciona emocionalmente a estímulos positivos externos. Puede tener días muy oscuros, seguidos de momentos de aparente bienestar. Esta variabilidad puede confundir tanto al entorno como al profesional, y llevar a subestimar el problema.
Este subtipo puede incluir:
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Hipersomnia (dormir demasiado).
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Hiperapetito o comer por ansiedad.
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Sensación de pesadez corporal.
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Sensibilidad extrema al rechazo interpersonal.
Aunque el nombre suene inofensivo, es una forma seria de depresión con impacto funcional intermitente.
No es necesario encajar exactamente en un subtipo para recibir ayuda. Lo importante es reconocer que la depresión funcional adopta formas diversas, pero tiene un patrón común: la vida sigue en apariencia, pero por dentro se desdibuja.
Señales visibles y ‘secretas’ de la depresión funcional
La depresión funcional no grita. No te encierra en una habitación oscura, no te deja llorando sin parar ni te hace faltar al trabajo todos los días. Es mucho más sutil, más traicionera. Te deja funcionar. Pero te quita el alma de lo que haces.
Si estás leyendo esto y has llegado al punto en que cumples con todo, pero nada te llena, probablemente ya sepas a qué me refiero. Hay señales. No siempre obvias, pero constantes. Y si las ignoras, se quedan. Se multiplican.
Lo emocional
Por dentro hay una especie de apagón emocional. No es tristeza todo el tiempo, pero tampoco es alegría. Es esa sensación de vivir en modo ahorro de energía. La risa sale, pero no nace. Las palabras están, pero no vibran. Y cuando algo bueno pasa, lo celebras… porque se supone que deberías, no porque realmente lo sientas.
A eso se le suma la culpa. Porque “no tienes motivos” para estar mal. Porque tienes trabajo, familia, salud. Entonces te callas. Te convences de que estás siendo dramático. Y sigues.
Lo conductual
Desde afuera todo parece normal. Incluso mejor que normal. Haces más de lo que se espera. Eres eficiente, responsable, confiable. Pero hay una trampa: cada cosa que haces te cuesta el doble, aunque nadie lo note.
Te alejas sin desaparecer. Te desconectas sin irte. Empiezas a evitar conversaciones profundas. A decir “todo bien” por reflejo. A huir del silencio, porque en el silencio aparecen pensamientos que no querías escuchar.
Lo físico y mental
Tu cuerpo empieza a enviar señales: cansancio que no se va, insomnio leve pero diario, dolores tensionales, fallos de memoria, desconcentración. Nada grave, nada urgente, pero todo junto.
Y lo más complejo: la gente sigue diciéndote que te ve bien. Que ojalá todos fueran como tú. Que eres fuerte. Y tú sonríes, porque no sabes cómo decirles que por dentro te estás vaciando.
Factores de riesgo y desencadenantes
La depresión funcional no surge de la nada. Es el resultado de varios elementos que, al combinarse, generan un tipo de malestar difícil de identificar, pero profundamente corrosivo. No se trata solo de lo que te pasa, sino de cómo te has entrenado para responder a lo que te pasa.
A continuación, te presento los factores más comunes que la predisponen o la activan.
1. Perfeccionismo y sobreexigencia personal
Una de las raíces más frecuentes. Personas que:
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Miden su valor según su rendimiento.
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No se permiten fallar ni bajar el ritmo.
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Se exigen más de lo que exigirían a cualquier otra persona.
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Se sienten culpables por descansar o pedir ayuda.
Este perfil “autoexigente” mantiene su desempeño externo, a costa de su salud emocional interna.
2. Eventos traumáticos o experiencias emocionales no elaboradas
La depresión funcional suele aparecer en personas que han vivido:
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Duelos no procesados (pérdidas afectivas, rupturas).
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Infancia con altos niveles de crítica, ausencia afectiva o exigencia emocional.
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Abusos emocionales o físicos normalizados.
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Situaciones de abandono, negligencia o miedo constante.
Muchas veces, estos eventos no se registran como “traumas” porque la persona se acostumbró a cargar con ellos sin hacer ruido. Pero el cuerpo y la mente siguen acumulando ese impacto.
3. Ambiente sociocultural que premia la productividad
Vivimos en una cultura donde:
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Descansar se interpreta como flojera.
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La salud mental todavía se ve como debilidad.
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“Estar ocupado” es sinónimo de éxito.
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Mostrar emociones incómodas genera incomodidad ajena.
Este tipo de entorno invisibiliza el sufrimiento emocional de quien mantiene su funcionalidad, reforzando el mensaje de “si puedes seguir, entonces no está tan mal”.
4. Aislamiento afectivo y falta de espacios de expresión
La persona con depresión funcional suele tener:
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Dificultades para hablar de lo que siente sin sentirse incómoda o juzgada.
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Un entorno que no valida ni identifica signos emocionales.
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Una historia de “tener que poder solo” como mandato aprendido.
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Relación instrumental con los demás: cumple, cuida, ayuda… pero no se deja cuidar.
5. Predisposición biológica o historial clínico previo
Desde lo médico, hay factores que aumentan la vulnerabilidad:
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Antecedentes familiares de depresión o trastornos del ánimo.
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Historia personal de ansiedad o distimia.
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Trastornos hormonales, desregulación del sistema del estrés.
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Uso crónico de sustancias para “sostenerse” (café, alcohol, medicamentos sin supervisión).
Ninguno de estos factores, por sí solo, determina la aparición de la depresión funcional. Pero cuando varios se acumulan y no se atienden, el cuerpo se adapta… y empieza a sobrevivir en lugar de vivir.
Impacto psicológico, físico y social
La depresión funcional no paraliza, pero consume. El desgaste que produce no siempre se ve desde afuera, pero deja marcas profundas en todos los niveles de la vida. A continuación, desglosamos sus principales efectos según tres dimensiones: lo emocional, lo corporal y lo relacional.
Impacto psicológico: sostenerse a costa de uno mismo
Psicológicamente, la persona con depresión funcional mantiene su rutina, pero no se reconoce en lo que hace. Cumple con responsabilidades, responde a todo, pero por dentro hay una especie de apagón emocional. La alegría no aparece, el entusiasmo se ha vuelto ajeno, y el disfrute parece un recuerdo. Se instala una sensación crónica de vacío, de estar “cumpliendo” sin vivir. La mente se llena de autocrítica: “no estoy haciendo suficiente”, “soy un fraude”, “solo tengo que seguir”. Y como no se detiene por completo, nadie (ni ella misma) identifica que está en un estado depresivo. Este tipo de malestar puede durar años sin un solo día de descanso real.
Impacto físico: cuando el cuerpo empieza a avisar
El cuerpo también empieza a cargar con lo que la mente calla. No se trata de enfermedades visibles, sino de síntomas que se normalizan hasta volverse parte del día a día. Insomnio leve pero persistente. Cansancio al despertar. Tensión muscular en cuello, espalda o mandíbula. Cambios en el apetito: se come por ansiedad o se pierde el hambre por completo. Dolores de cabeza, molestias digestivas, pérdida de deseo sexual. El cuerpo cumple, pero funciona sin energía real. Y muchas veces se recurre a café, azúcar o actividades constantes para evitar parar. Porque cuando se detiene… todo el malestar aparece.
Impacto social: presente pero desconectada
En lo social, la persona con depresión funcional sigue estando, pero ya no está del todo. Mantiene su agenda, va a los encuentros, responde los mensajes. Pero cada vez habla menos de sí. Evita conversaciones profundas, se encierra emocionalmente aunque esté rodeada de gente. Se vuelve más irritable o más callada, más “eficiente” y menos cercana. Y como sigue cumpliendo, los demás no notan el cambio. Incluso suelen decirle que la admiran por “su fortaleza”, por “lo bien que lo maneja todo”. Y ese elogio, que parece positivo, solo refuerza el silencio y la soledad. Nadie sospecha el cansancio que hay detrás de tanto rendimiento.
La depresión funcional no interrumpe la vida. Pero la vacía por dentro, día tras día. Y cuanto más se sostiene sin ser vista, más difícil se vuelve pedir ayuda. Por eso es urgente aprender a reconocer estos impactos, incluso en quienes nunca han dejado de funcionar.
Estrategias para detectarla a tiempo
Detectar la depresión funcional es difícil porque, a diferencia de otros cuadros, la persona sigue activa. No se ausenta, no abandona sus responsabilidades, no expresa abiertamente que se siente mal. Por eso, la clave está en aprender a leer lo que no se dice, lo que no encaja, lo que parece estar bien pero no vibra.
Preguntas que revelan más que los síntomas clásicos
En vez de buscar señales evidentes como llanto constante o aislamiento absoluto, hay que indagar con preguntas que conecten con el fondo emocional:
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¿Sientes que todo lo que haces te cuesta más que antes, aunque nadie lo note?
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¿Has dejado de disfrutar cosas que antes te daban placer, aunque sigas haciéndolas?
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¿Te sientes desconectado de lo que haces, como si todo fuera una obligación?
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¿Piensas a menudo que estás funcionando, pero sin vivir de verdad?
Estas preguntas abren un espacio distinto. No apuntan a si la persona “puede” o no cumplir, sino a cómo se siente mientras lo hace. Y eso, en la depresión funcional, lo cambia todo.
Observaciones clínicas y del entorno
Para profesionales de salud mental o incluso para el entorno cercano, hay comportamientos sutiles que pueden ser señales de alarma:
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La persona dice estar “cansada”, pero nunca para.
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Usa el humor o el sarcasmo como defensa constante.
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Cumple con todo, pero evita hablar de cómo se siente.
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Tiene cambios físicos sutiles: fatiga, insomnio, dolores recurrentes.
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Empieza a aislarse emocionalmente, aunque siga socializando.
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No pide ayuda. Jamás. Ni siquiera insinúa que la necesita.
El entorno suele reforzar su rol funcional: la valoran por su capacidad, su constancia, su energía. Pero eso mismo hace que nadie la mire de verdad. Que nadie pregunte si detrás de todo ese hacer, hay algo que está por romperse.
Herramientas útiles en consulta
A nivel clínico, herramientas como el PHQ-9 o la HADS pueden ser útiles, pero es clave adaptarlas a un contexto donde la funcionalidad externa es alta. No basta con preguntar si se puede trabajar o concentrarse. Hay que ir más allá:
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¿Lo haces porque quieres, o porque ya no sabes cómo no hacerlo?
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¿Cuándo fue la última vez que te sentiste presente en lo que estabas haciendo?
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¿Estás viviendo, o simplemente sosteniéndote?
La detección de la depresión funcional requiere una escucha afilada, sin prejuicio, sin esperar el colapso como única prueba de sufrimiento. Porque muchas personas se quiebran en silencio, sin dejar de sonreír ni un solo día.
Tratamiento y recuperación de la depresión funcional
La depresión funcional no se trata esperando a que un día se “pase”. Tampoco se resuelve con frases de aliento ni con fuerza de voluntad. Aunque quien la sufre mantenga sus responsabilidades, eso no significa que pueda sostenerse así para siempre. Y sobre todo, no debería. El tratamiento comienza cuando se reconoce que seguir funcionando no es sinónimo de estar bien.
Psicoterapia: dejar de actuar, empezar a habitarse
La primera línea de abordaje es la psicoterapia. No cualquier terapia, sino aquella que permite que la persona baje la guardia, deje de sostener la imagen de “todo está bajo control” y se dé permiso para hablar desde lo que realmente siente. La terapia cognitivo-conductual (TCC) es especialmente útil para trabajar la autocrítica, los esquemas de autoexigencia y las distorsiones cognitivas que mantienen a la persona atrapada en el rendimiento constante. También la terapia interpersonal ayuda a reconectar con vínculos significativos y a desmontar los mecanismos de aislamiento afectivo. En muchos casos, lo que más alivia no es resolver rápidamente, sino tener por fin un espacio donde no hay que “funcionar”, donde se puede simplemente ser.
Cuándo considerar medicación
Aunque muchas personas con depresión funcional piensan que no necesitan medicación porque “aún se levantan y cumplen”, esto puede ser una trampa. Si los síntomas emocionales y físicos se han vuelto crónicos, si el nivel de malestar es alto aunque se sostenga la rutina, o si ya hay signos de agotamiento profundo, un tratamiento farmacológico puede ser una gran ayuda. Los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), como la sertralina o el escitalopram, han mostrado eficacia en casos donde el estado depresivo se arrastra sin crisis aparentes pero con deterioro interno constante. La decisión siempre debe tomarse con un psiquiatra, y sin prejuicios: tomar medicación no te hace débil, te hace responsable de tu salud.
El proceso de reaprender a cuidarse teniendo depresión funcional
Recuperarse de una depresión funcional implica algo más que “volver a ser quien eras”. En realidad, muchas veces se trata de dejar de ser esa versión de ti que sostenías a costa de tu salud. Es un trabajo de reaprendizaje emocional. Aprender a parar sin culpa. A pedir ayuda sin sentirte menos. A hacer menos, pero sentir más. A decir que no. A no rendir todo el tiempo. A estar presente en lugar de solo cumplir. Este proceso no es lineal, y a veces duele. Porque toca revisar patrones que parecían identidad, pero eran solo estrategias para sobrevivir.
Recuperarse es posible. Pero no se trata de volver a la rutina con energía renovada. Se trata de no volver a esa forma de vida en la que todo funcionaba menos tú. Porque si algo enseña la depresión funcional, es que cumplir no siempre es vivir. Y que nadie debería sostenerse para el aplauso ajeno mientras se hunde por dentro.
Cultura, tecnología y su rol en la depresión funcional
La depresión funcional no crece en el vacío. Se alimenta del entorno. De la cultura que nos dice que mientras rindas, estás bien. De la tecnología que disfraza el malestar con filtros. De los discursos que romantizan la productividad y reducen el sufrimiento a una falta de actitud. En ese contexto, muchas personas aprenden a vivir con síntomas depresivos sin saber que los tienen, porque cumplen con todo lo que se espera de ellas.
Cultura del rendimiento: si funcionas, no incomodas
Vivimos en una sociedad que valora más el resultado que el estado interno. Se premia la constancia, la eficiencia, el esfuerzo, sin preguntarse a qué costo se sostienen. En ese sistema, quien se siente mal pero sigue trabajando, cuidando, estudiando o produciendo, se vuelve casi admirable. Y esa admiración es peligrosa, porque hace que el dolor se oculte mejor. La persona con depresión funcional no quiere decepcionar, no quiere molestar, no quiere “quebrarse”. Por eso sigue. Pero esa constancia no es salud, es supervivencia. Y muchas veces está sostenida por miedo, por culpa o por un mandato internalizado que dice: “si no puedes con todo, no vales”.
Redes sociales: la comparación como anestesia
En paralelo, las redes sociales refuerzan la idea de que todo debe lucir bien. No basta con funcionar: hay que parecer feliz mientras lo haces. Cada publicación exitosa, cada historia bien editada, cada logro compartido genera la ilusión de que los demás lo están haciendo mejor, más rápido, con más entusiasmo. La persona con depresión funcional, que ya vive desconectada de sus emociones, se compara y se culpa por no sentirse como se supone que debería. Las redes no crean el malestar, pero lo amplifican. Porque mientras más falso es lo que se ve afuera, más roto se siente lo que uno vive por dentro.
Invisibilización del sufrimiento si no hay crisis
Otro problema cultural es que solo se valida el sufrimiento cuando hay un colapso visible. Si no hay llanto, abandono o encierro, entonces no parece “tan grave”. Y ahí es donde la depresión funcional pasa años escondida. Como no impide trabajar ni cumplir con los roles sociales, se ignora. Incluso por los sistemas de salud. Incluso por terapeutas que se centran solo en lo visible. Esta invisibilización no es casual: nos resulta incómodo aceptar que una persona que se ve bien, puede estar profundamente mal. Pero es así. Y mientras no lo reconozcamos, el malestar seguirá oculto detrás de la eficiencia.
La depresión funcional no solo es personal. Es también cultural. Es el resultado de una forma de vivir que premia lo exterior y penaliza lo interno. Por eso, no basta con tratar al individuo. Hay que cuestionar el sistema que hace que tantas personas se rompan por dentro, solo para no dejar de ser útiles.
Prevención y autocuidado realista
Prevenir la depresión funcional no significa evitar cualquier tristeza o cansancio. Significa construir una forma de vivir que no te exija rendir a costa de ti mismo, que te permita frenar sin culpa y reconocer a tiempo cuando algo dentro de ti empieza a desconectarse. El autocuidado no es spa ni frases motivadoras. Es una práctica diaria, a veces incómoda, pero profundamente necesaria.
Factores que ayudan a prevenir el desgaste silencioso
La prevención empieza por reconocer tus límites, no por ignorarlos. Algunas claves importantes:
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Identifica tus señales tempranas de agotamiento. ¿Te cuesta disfrutar? ¿Te irritas con facilidad? ¿Sientes que todo es un esfuerzo? No lo normalices.
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Aprende a decir que no. Cada vez que aceptas más de lo que puedes manejar, tu cuerpo y tu mente pagan el precio.
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Valida tu malestar incluso si no es dramático. No tienes que estar en crisis para estar mal. Sentirse desconectado ya es una señal legítima.
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Rodeate de personas que no midan tu valor por lo que produces. Las relaciones reales no te exigen resultados. Te sostienen cuando dejas de cumplir.
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Haz pausas intencionales, no solo cuando colapsas. Aprende a frenar antes del límite, no después.
Prácticas de autocuidado que sí ayudan en la depresión funcional
El autocuidado no siempre es cómodo, pero funciona cuando se convierte en una forma honesta de estar contigo. Algunas prácticas útiles:
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Dormir bien sin culpa. No eres más valioso por dormir menos.
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Comer con presencia. No mientras trabajas, no como castigo o premio. Solo comer, con respeto por tu cuerpo.
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Mover el cuerpo sin obsesión. Caminar, estirarte, bailar, hacer lo que te haga bien, sin obligación.
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Escribir lo que no puedes decir. La escritura es una forma de procesar lo que no entiendes todavía.
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Pedir ayuda cuando aún estás a tiempo. No esperes al colapso para hablar. No necesitas justificar que te duele.
Lo más importante: dejar de medir tu valor por tu productividad
La depresión funcional se instala cuando vivir deja de ser un espacio propio y se convierte en una lista de tareas. La verdadera prevención no está en hacer menos, sino en empezar a hacer por ti, no solo para los demás. No necesitas rendir para merecer descanso. No tienes que funcionar perfectamente para merecer cuidado.
Prevenir es volver a ti antes de perderte del todo. Es permitirte ser humano, sin miedo a decepcionar a nadie por no cumplir con la imagen que se espera de ti.
Si funciona pero duele, no está bien
Hay algo profundamente injusto en cómo la depresión funcional se instala: lo hace en silencio, entre tareas cumplidas y sonrisas forzadas. Mientras más fuerte aparentas ser, menos derecho sientes a decir que estás mal. Mientras más produces, más difícil se vuelve parar. Y cuando finalmente te atreves a reconocerlo, te das cuenta de que llevas años funcionando sin sentirte vivo.
Funcionar no es sinónimo de estar bien. Cumplir no es lo mismo que habitar tu vida. Hacer todo lo que se espera de ti no borra el cansancio interno, no tapa la falta de sentido, no cura la desconexión. El problema es que la sociedad aplaude esa versión tuya que no se queja, que rinde, que no interrumpe. Pero nadie ve cuánto estás sosteniendo para que todo “siga igual”.
No estás siendo débil si te cansas. No estás exagerando si te sientes vacío. No estás loco si todo parece bien por fuera, pero por dentro sientes que algo se rompió hace rato.
Si algo de lo que leíste te hizo ruido, si sentiste que en parte estabas leyendo sobre ti, detente. No para colapsar. Detente para escucharte. Para preguntarte, sin culpa: ¿esto que sostengo me representa, o solo me consume?
La depresión funcional no siempre necesita gritar para ser real. A veces basta con ese susurro interno que dice: “No puedo más, pero igual voy”. Y eso ya es suficiente motivo para pedir ayuda, para cambiar, para elegirte.
Porque si duele… entonces no está bien. Aunque funcione. Aunque nadie lo note. Aunque lo hayas normalizado por años.